El Ayuntamiento podría aplicar a los sujetos que cubren de pintadas el Puente de los Alemanes el castigo romano de la damnatio memoriae y obligarles a eliminar sus inmortales creaciones.
Los antiguos romanos, una vez el emperador pasaba a mejor vida y si les había dado días de gloria como un Trump o un Maduro cualquiera, ponían en práctica con gran deleite la damnatio memoriae, la condena de la memoria, que como muchos saben consistía en tachar literalmente el nombre del interfecto de todas las inscripciones y acabar con todas las esculturas e imágenes que lo recordaban
Era, nunca mejor dicho, un borrón y cuenta nueva, lo que explica que conservemos tan pocas obras con el rostro de Nerón y Calígula, un par de angelitos que sufrió este castigo post-mortem.
Hablando del Rey de Roma, el Ayuntamiento de Málaga debería contratar un cuerpo de grafólogos para identificar a las simbólicas acémilas que, en un lapso muy breve de tiempo, han llenado el Puente de los Alemanes de pintadas lamentables, tristes cantos a egos borricos, con el fin de que, ellos mismos, ejercieran la damnatio memoriae con ayuda de agua, jabón, arena a presión o lo que se tercie para borrar estos mutis por el foro de la inteligencia, el civismo y la sensibilidad por los monumentos.
En 2014, los malagueños nos gastamos 60.000 euros en arreglar el puente, que de paso recuperó su color gris original. No hace ni tres años y ya está repleto de pintadas, reflejo de un submundo en absoluto artístico que sólo busca exhibir la firma del infractor.
Un paseo por esta infraestructura regalo de Prusia nos ofrece un panorama lamentable, empezando por ese par de columnas acristaladas que jalonan la obra por el lado de Santo Domingo. Llevan muchos lustros acribilladas a pedradas pero ninguna mente municipal opta por repararlas o en su caso, deshacerse de ellas. Están en el limbo del abandono hasta que el plan del Guadalmedina se materialice cuando las ranas críen pelos.
En cuanto al catálogo de pintadas, no parece que en estos pocos metros habite un Pollock, un Picasso o un revolucionario del arte. Se nota, eso sí, la presencia de un seguidor del cantante Romeo Santos, que ha dejado un pequeño atisbo de inteligencia con un juego de palabras en las vigas, así como un tal Toto o Totos, muy insistente en afirmar su ego, por lo que abunda y eso que en Málaga este nombre tiene también un sentido muy peculiar.
En fin, que si a estos sujetos les obligaran a eliminar sus propias creaciones, como si se tratara de un milagro medieval lo mismo los tarugos florecen y descubren que se puede andar por la vida respetando al prójimo y que ese concepto incluye la vía pública y viejas infraestructuras cargadas de historias como el Puente de los Alemanes.
Por cierto, que el puente sigue albergando candados de parejas que se juran amor eterno, con lo bonito y ecológico que quedan los ramos de flores. Lo de la cadena suena a encadenados, y ya sabemos como lo pasó Ingrid Bergman en la película.